INDIGENISMO Y COLONIAS VERDES
Los que visitan Magallanes y sus cafés y hoteles del casco histórico
pueden detenerse a observar la profusión de imágenes y fotografías
de indígenas que adornar paredes, vigas y pilares. Con frecuencia
son fotografías preparadas por etnógrafos de principios del siglo
veinte que ordenaban los cuerpos conforme a sus patrones culturales
eurocéntricos. Aclimataban la foto, de una manera parecida a los
jardines de aclimatación que se usaban en las capitales
metropolitanas para exhibir a los ejemplares indígenas exóticos,
con funestas consecuencias; ya se sabe. La mirada colonial de esos
años era así. Elegían a su indio, lo capturaban, le armaban un
relato, lo ‘inmortalizaban’ en recuerdos fotográficos o,
simplemente, se lo llevaban a recorrer el Mundo para mostrarlo como
un patrimonio de su captor y una rareza digna de observar.
La
historia se repite como farsa. Hoy pasan cosas parecidas, en ritmo
digital. Allí el colonialismo tricolor, hoy el colonialismo verde.
Desde poco más de un año han aparecido las más variopintas
organizaciones de ambientalistas en Magallanes. Luego de la donación
Tompkins, hubo una algarabía que llega hasta hoy día de interesados
por tener su parte en la nueva repartija del territorio magallánico,
incluyendo su indígena por ahí, pero que moleste poco y ojalá ni
se aparezca por ese mismo territorio. En un día reciente pudimos
conocer un mapa de este territorio presentado en un seminario
capitalino, en el cual aparecía con la más absoluta claridad el
nuevo reparto. Una ONG aquí, otra allá, otra que cubre todo, pero
deja parte. Notable benevolencia por el futuro de la Patagonia y sus
gentes. La verdad, no nos sorprendimos. Ya sabíamos que esto del
conservar es también un negocio. Un personero de una de estas
organizaciones se despachó la perla de que Magallanes debe ser “un
refugio climático”. ¿Para quién? Para alguien más será que no
seremos nosotros. Una
cosa que le pedimos a estas organizaciones es que no nos hagan
comulgar con ruedas de carreta. Que de comuniones falaces sabemos
mucho y por mucho tiempo.
En
los últimos días se conoció la noticia, acompañada de escándalo,
de que una compañía salmonera mentía en sus reportes sanitarios.
Bueno, tampoco nos sorprendió. La verdad es que fue por este tipo de
prácticas que nuestra comunidad se opuso frontalmente desde el año
2011 a que en el Parque Nacional Bernardo O’Higgins se instalaran
concesiones salmoneras. Lo hicimos solos, sin apoyo ninguno de estas
mismas organizaciones, quienes tenían por esos años su propia tarea
apoyando la Ley Longueira. Veníamos, además, saliendo del otro
escándalo, el de la crisis del virus ISA, y no íbamos a hipotecar
nuestro territorio tradicional a esas mismas prácticas. Lo que el
actual escándalo muestra, sin embargo, es algo más y es que los
empresarios salmoneros siguen sin dar el ancho para administrar una
industria tan compleja como ésta. Es, por ello, urgente que la
Autoridad adopte decisiones para que el gobierno corporativo de estas
compañías esté sujeto a los más amplios estándares de
transparencia en sus operaciones, dado que ellas hacen uso de
espacios y bienes públicos, algunos de ellos territorios
tradicionales de las comunidades indígenas de la región.
Pero,
este mismo escándalo muestra la otra cara del mismo asunto. No es
para nadie desconocido que la misma empresa gozaba de certificaciones
avaladas por estándares establecidos por organizaciones de
ambientalistas. Se trata de organizaciones transnacionales que
encontraron que la mejor forma de mejorar las prácticas de las
empresas era venderles una certificación cuando esas empresas se
adherían voluntariamente a tal estándar. Así apareció primero el
estándar del Marine Stewardship Council, MSC, aplicable a las
pesquerías, y luego el estándar del Aquaculture Stewardship
Council, ASC, obviamente aplicable a la acuicultura. Pero, los
empresarios tienen esa propensión a ocultar sus verdades. Y cuando
la mentira se descubre, dañan a todos. Y las ONG que armaron este
negocio de las certificaciones guardan silencio sobre su rol en el
mismo escándalo o se enrocan en una lucha por quién grita más
fuerte para esconder sus propias vergüenzas. No pudimos dejar de
averiguar cómo es que se armaron estos estándares. Ahí si que nos
sorprendimos. El famoso MSC viene de un grupo de Greenpeace que,
habiendo llegado a un acuerdo con la transnacional de los alimentos,
Unilever, por allá por mediados de los años 1990 boicoteó al
aceite de pescado provenientes de pesquerías del Mar de Norte para,
así, obligar a las compañías pesqueras a adherirse al estándar
armado entre ellos y esa transnacional. De ahí viene el negocio de
estas certificaciones verdes. Sabido eso, nos quedamos estupefactos;
no sea cosa que… estemos en medio del armado de un nuevo negocio y
seamos los dolientes de la cuenta. Vale la duda.
Por
eso nos preocupa este nuevo imperialismo verde. Desde la aparición
de la República en Magallanes que venimos viendo como los
imperialismos muestran sus baratijas en nuestros territorios. Ahora
su forma es más subrepticia y propia de nuestra época. Ya no se
trata de poner la bota encima, sino de entrometerse en las
comunidades, crear algunas a la carta, aclimatarlas y, luego, batir
los paños a través de las redes sociales y algunos medios de
comunicación para legitimarlas como las únicas y auténticas porque
son amigas del colono. Si eso es viejo como las exploraciones al
Congo. Con eso logran carta de naturalización y abren el espacio
para el negocio de la conservación, de la humillación y el
sometimiento. Ya nos cuelgan en sus páginas web. Los nuevos
yanaconas somos ahora digitales y globalizados de la mano de los
colonialistas verdes.
Por eso es por lo que es ahora más urgente que se tomen decisiones
por el Gobierno de Chile. No puede ser que quedemos a merced de
organizaciones de las cuales poco o nada conocemos acerca de sus
intereses y por las cuales los ciudadanos chilenos no hemos votado
como para que rijan nuestros destinos tal como lo están haciendo.
Por último, los indígenas chilenos votamos en la República;
ganamos o perdemos, pero votamos y sabemos a qué atenernos si
ganamos o perdemos en la elección. Nuestra contraparte son los
Estados, no las ONG. Así lo dicen los instrumentos internacionales
que nos protegen. Son ellos los que deben garantizar nuestros
derechos, no éstas. Pero ahora el neocolonialismo cuestiona los
regímenes republicanos y democráticos. Llegan a espetar estas
organizaciones su otra perla: “¡ya basta de gobiernos!” para
pretender hacer por sí mismas la política ambiental del país.
Hermosa y romántica frase, pero con ella quedamos a merced de las
mayores arbitrariedades. De ahí a la piratería un paso. Ya
enfrentamos la apropiación cultural por este tipo de románticos y
sus organizaciones inventadas. No estamos dispuestos a eso. Algunos
podrán sentirse seducidos por este canto de sirena, pero no
nosotros. Nosotros vivimos efectivamente en un territorio aislado; no
le vemos de lejos ni lo ensoñamos; hemos sido diezmados por siglos
por las prácticas coloniales; vivimos en un territorio clave de esta
República, no en la tibieza aclimatada de la ciudad. No vamos a
volver sobre nuestros pasos. Hoy exigimos del Gobierno de Chile que
fije ya su política territorial en Magallanes, no que la dicten
estas organizaciones y sus aliados locales. Ya veremos si esa
política es satisfactoria y ejerceremos nuestros derechos, pero no
en este ambiente de arbitrariedades, desconfianzas, descréditos
desatados, excesos verbales, confabulaciones, indicios de negocios
oscuros y con empresarios incapaces de afrontar sus responsabilidades
con la Región y sus habitantes. Es hora de que el Gobierno ejerza
sus funciones y dote a las comunidades indígenas de una contraparte
efectiva para hacer también efectivas sus prioridades de desarrollo,
superando el bloqueo al desarrollo que estamos enfrentando y que
pagaremos caro, todos, si no detenemos esta escalada de
despropósitos.
Juan
Carlos Tonko Paterito
Presidente
Comunidad
Indígena Kawésqar Residente en Puerto Edén